"VIAJEMOS"




¿Qué nos hace regresar a un lugar que nos enamoró la primera vez que lo vimos? ¿Volver a una ciudad o un pueblo, y sentir la necesidad interna de retomar los pasos para que nuestra retina admire de nuevo la imagen de aquello en lo que un día nuestros ojos se quedaron clavados admirando lo que quizás para muchos pasar desapercibido? ¿Fue quizás, que nos embrujó misteriosamente penetrando hasta el tuétano de cada parte de nuestro cuerpo, absorbiendo cada poro de nuestra piel?
Puede ser. Probablemente sea eso. Porque eso fue lo que yo sentí hace muchos años cuando vi esta casa por primera vez.
Detuve mis pasos, no recuerdo cómo ni por qué, porque de ello hace ya... mucho tiempo. Pero sí recuerdo el hechizo que desprendía cada uno de sus muros envolviéndome en ellos cual tela de araña, sintiéndome incapaz de desgarrar sus hilos, emborrachada por una magia especial.
He vuelto. Y regreso cada vez que vuelvo a la ciudad a la que pertenece. Sigue allí, envejeciendo año tras año, manteniendo sus muros en pie con el mismo porte y elegancia que una hermosa mujer a la que el paso de los inviernos no consigue marchitar del todo su belleza. Envuelta en su halo de misterio. Protegida por esa vieja verja de hierro, ni siquiera roñosa de la lluvia y de las humedades. Rodeada por matorrales y hierbajos; dejando caer a cachos los cristales de sus ventanales, pero ahí, en pie, manteniéndose en el tiempo, firme al paso de éste. Al final de esa calle que lleva al mar. Enseñando al viandante que detiene sus ojos en ella, que un día formó parte de una historia, o de varias, de una vida, o de varias.
Y quizás fue eso lo que yo vi. Una historia y una vida. 
Así nació Marina. La vida de Marina, la historia de Marina.
Ësta casa, que hace muchos años me enamoró, me llevó, en mi imaginación, a viajar a una época y un lugar.
Si me quieres acompañar a esa época y a ese lugar, viajemos a "Bajo la sombra de una mentira"


         C A P Í T U L O    I



Cuando Marina bajó del carruaje, contempló ante ella una amplia ladera llena de grandes mansiones a un lado y otro de una ancha calle. Al final, el inmenso mar, dejaba entrever un infinito desconocido, tan desconocido como el futuro que a partir de aquél instante le esperaba a ella.


El resoplido del caballo la hizo llevar la vista atrás. El carruaje se alejaba y mientras lo hacía, Marina lo miraba como si con él se fuera una parte de su vida.
Lejos quedaba su casa de campo allá en la aldea. La sencillez de un hogar que da la pobreza, suficiente para vivir, que no la miseria. Aquella casa, su casa, en lo alto del páramo de la montaña, casi al final del valle del pueblo, con las praderas oscilantes donde las vacas de las gentes del pueblo pastaban libremente desde el amanecer hasta el anochecer....
...Marina, estaba tan absorta en su curiosidad que no se percató que de una de las ventanas del lado derecho de la casa, una mano sostenía una cortina de alguien que observaba sus movimientos.
De repente, sintió un escalofrío en su cuerpo, y la desagradable sensación de que unos ojos la miraban desde alguna parte. Miró hacia arriba, y sólo pudo ver como la cortina volvía a su lugar.

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