BAJO LA SOMBRA DE UNA MENTIRA. Final del Capítulo VII

Marina llenó su cabeza de interrogantes por la conversación que acababa de oír entre Adelfa y Fernando. Se había percatado de su presencia cuando regresaba de su habitación de cambiarse el uniforme y había decidido quedarse rezagada en la esquina del pasillo. Oyó lo suficiente para pensar que en el piso superior, justo en aquél lugar al que Adelfa le había indicado el mismo día que llegó, que estaba prohibido subir, había alguien más.
Cuando Adelfa y Fernando desaparecieron escaleras arriba, Marina salió del pasillo para dirigirse a la cocina. Al pasar por delante del salón, las puertas del mismo estaban completamente abiertas, Marina se quedó contemplando el retrato de la pared del piano, clavó su mirada en los ojos de aquella mujer. Jacinta golpeó el hombro de una Marina ensimismada con la vista fija, intentó explicarle que Manuela requería sus servicios y hacía rato que la estaba esperando.
- ¿Se puede saber dónde te has quedado, muchacha?- le dijo Manuela cuando Marina llegó a la cocina- parece que te hubieras ido a cambiar al otro extremo del barrio.
- Lo siento, Manuela, ya estoy aquí.
- ¿Dónde has dejado el traje para secarlo?
- ¡Ah....! ¡Se me ha debido de olvidar! No te preocupes, ya lo pondré a secar más tarde.
- Mira que estás rara, es como si estuvieras en las nubes.
- Manuela, ¿quién es la mujer del retrato del salón?
- Vaya, ya volvemos  las preguntitas. No te entretengas y sube esto al señor, que hace ya un buen rato que vino a pedir que le subiéramos el almuerzo.- Manuela depositó la bandeja en las manos de Marina- Se lo dejas en la mesa de la sala.
Marina subió las escaleras del primer piso, recorrió el pasillo sin percatarse que Fernando bajaba las escaleras del segundo piso. Entró en la estancia. Cuando dejaba sobre la mesa de la sala la bandeja con el almuerzo, los fuertes gritos de una voz desesperada helaron su sangre, dio un paso hacia atrás y tropezó con la silla que solía estar al lado de la mesa, a la vez que se giraba bruscamente con el único deseo de salir corriendo de allí. Las piernas y el cuerpo la flaquearon del miedo que sentía. no pudo seguir, los brazos de Fernando la sujetaban, sus miradas se cruzaron mientras los gritos volvían a repetirse, las piernas de Marina volvieron a flaquear, sintió el pecho de Fernando y los brazos que rodearon su cuerpo impidiendo que se cayera. Oyó su voz que resonó dulce y calmadamente en sus oídos:
- ¡Tranquila, Marina, tranquila.!

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