NOTAS DE PIANO






Fue la rama del árbol que golpeó el cristal empujada por el viento intenso que se acababa de levantar lo que le hizo dejar la labor sobre la mesa camilla y mirar hacia la ventana. Todo se estaba oscureciendo, las nubes negras eran las culpables de ello. A través de los cristales el hermoso paisaje se teñía de gris pero no nublaba su belleza; unos segundos lo miró deleitándose ante ello, de fondo se escuchaba la bella melodía a piano que llevaba sonando toda la tarde. Cualquiera le hubiese dicho que cambiase de canción o que lo apagara ya por el cansado sonido repetitivo de la misma melodía, pero ella se torturaba con su escucha. El viento, la amenaza de lluvia y su eterna nostalgia contribuían a hacer un conjunto melancólico de todo.

Cogió la toquilla y se la puso sobre los hombros mientras apartaba la silla y se levantaba. Salió al exterior y agradeció la bofetada de aire fresco que le dio en el rostro y que levantaba su pelo desordenadamente a un lado y otro de su cara. Se abrazó a la toquilla, y subió por el camino que llevaba hacia el alto desde donde se contemplaba el pantano al pie de las montañas; las notas de la melodía a piano del compositor Yanni que llevaban sonando toda la tarde, se oían perdidas a medida que avanzaba por el camino a pesar de haber dejado la puerta abierta. Arriba, todo era diferente. ¿Por qué se torturaba así? Las palabras de su hermana «pareces masoca» retumbaban en su mente mientras, desde lo alto, miraba el paisaje montañoso donde las nieblas bajaban ocultándolo, y las aguas del pantano meciéndose a gusto del viento que se había levantado con fuerza. Al fondo, el pequeño pueblo, sin nadie por sus calles y dejando tan solo ver el humo de los chimeneas como vestigio de vida en el interior de sus casas.

El piano, apenas se oía, el sonido del viento ocultaba la melodía con la suya. ¡A él le encantaba tocar el piano! Ahora solo era un mueble abandonado en la habitación llena de libros con la gruesa mesa de caoba cubierta de polvo que ocultaba los mapas y todo lo que a él le gustaba mirar y estudiar. Ahora, se torturaba con el sonido de la música de aquel disco que él le regalo. ¡El único piano que había vuelto a escuchar! ¡El único piano que oía!

Una llamada una noche de verano, un hacer una bolsa de viaje como maleta deprisa y corriendo y, un adiós, un no te puedo contar nada, mi trabajo es secreto ya lo sabes, y un no te preocupes que pronto volveré y te llamaré. La llamada jamás llegó, fueron meses los que esperó su sonido, noches mirando a una ventana en la que solo veía el reflejo de la luna sobre las aguas del pantano y una carretera vacía. Ni un teléfono a quien llamar ni una persona a quién preguntar. Nadie. La incertidumbre y la angustia la torturaron lo mismo que aquel disco de piano que ponía y ponía. Ni hambre ni sed, todo se le fue, el único deseo que sentía era el de verlo aparecer por la curva de la carretera y desviarse hacia su casa, detenerse un vehículo aunque fuese desconocido y se bajase él. Se abrazaría a su cuerpo y olvidaría la penuria de todos estos años, junto a su piel, oliendo su perfume, acariciando su mata de pelo que recogía casi siempre en una coleta, toda esa interminable angustia quedaría enterada en las aguas del pantano.

Han pasado muchos años, la toquilla de lana sigue cubriendo sus hombros y el disco ha dejado de sonar a ciertas horas del día, ya no lo pone tantas veces como lo hacía y más desde que se le fueron estropeando. Siempre había alguien del pueblo que cuando bajaba a la ciudad, le traía otro nuevo. Ahora ya no hacía falta, los pedidos por internet le solucionaban el problema y así evitaba el tener que pedirle favor a nadie. Las labores se amontonan en un arcón de una de las habitaciones; no ha dejado de tejer desde entonces pero es que, es lo único que le calma, su labor y su paseo al mirador del pantano. 

Hoy la televisión ha dado una noticia: «Después de 25 años en la cárcel acusado de robo de información ha sido puesto en libertad un agente que trabajaba para el gobierno español». El régimen del país asiático ha cambiado de gobernante, tras el fallecimiento del Rey anterior, su sucesor, su hijo mayor, con el fin de celebrar su nuevo reinado ha puesto en libertad a muchos presos. Entre los extranjeros  que se encontraban en prisión y concedido su libertad se encuentran dos españoles. Sin embargo, dicen que la labor diplomática del gobierno español ha sido muy importante en la negociación. Mira la tele mientras la noticia pasea imágenes del consulado, de la carcel, del nuevo Rey y de las supuestas reuniones con el cuerpo diplomático y el Ministro español. Tiene, sin saber porqué, un extraño presentimiento. Navega por internet buscando más información, pero la noticia tan solo se repite. Espera a las noticias de la noche y por primera vez en muchos años, el disco no ha sonado en toda la tarde.

Pone el televisor y busca por las diferentes cadenas, no todas dan sus telediarios a la misma hora de la tarde y las montañas, en ocasiones, impiden que se sintonice bien. La radio ha ampliado algo la información diciendo que trasladaran a los presos en un avión de las fuerzas españolas dado el estado físico en el que se encuentran. Se sienta puntual y espera, ha dejado el mando y ha decidido quedarse en una cadena y esperar. Salen sus imágenes y de los dos solo hay uno que habla, el otro no quiere salir. Se les ve subir al avión que los traerá de regreso a España, pero hay demasiada gente, sin embargo, al final de la escalinata, un cámara acerca la imagen del otro reo en libertad que no quería salir, está entrando en el avión y son décimas de segundos los que su figura aparece en la imagen, suficientes para ver un pelo canoso recogido en una coleta. Las lágrimas resbalan en silencio por su cara, después, un llanto angustioso invade la habitación acompañando al sonido del televisor. ¡Demasiado tiempo! 

La noche se le hace eterna y al final de la misma el cansancio la invade y se queda dormida. Cuando despierta, se prepara un café con leche y templa así su cuerpo. Se arregla rápido, no quiere perder ni un instante y vuelve a vestir sus hombros con su vieja toquilla, solo que ahora el paseo ya no es hacia el mirador sino hacia la curva de la carretera. Han pasado dos días y dos noches y una lluvia torrencial la obliga a meterse en casa. Mientras se seca detiene su mirada en la mujer que hay al otro del espejo, hacía tiempo que dejó de mirarse y ahora apenas cree reconocerse. Dos horas después un hermoso arco iris despide a la tarde de lluvia, lo mira mientras piensa que quizás sea el modo de decir que siempre hay esperanza y al final es hermosa.

Un coche negro se detiene a la entrada, de él se baja un hombre alto, muy delgado, con la cara marcada por el sufrimiento, el dolor, las enfermedades y la penuria de los últimos años pasados en una cárcel de un lejano país asiático. Su pelo, vestido de canas, recogido en una coleta. Abre la puerta y se acerca a él y a las otras personas que se bajan del vehículo. Lo mira mientras las lágrimas recorren sus mejillas y se funde en su cuerpo buscando ese abrazo con el que ha soñado cada día y cada noche de estos años; siente el peso de sus huesos sobre ella porque ya no es el hermoso hombre musculoso que la levantaba en volandas tantas veces, ahora es un hombre castigado. «Tenga cuidado —le dice uno de los otros hombres que junto con él se han bajado del coche—. Está muy débil, ha estado muy enfermo». 

Acaricia su cara y lo contempla mientras lo sonríe a pesar de sus lágrimas, él apenas tiene fuerzas para sostenerse en pie y aún recoge sus manos y se las besa. Mientras se miran, ella se da cuenta que lo único que no le han robado ha sido el hermoso brillo de su mirada.

—Ahora lo cuidaré yo —contesta al hombre que le hizo el comentario—. Vamos a casa —le dice a él.

El coche arranca, da la vuelta y se deja de ver en la carretera porque ha desaparecido tras la curva. A su vez, ella lo abraza llevándolo al interior de su hogar, mientras él intenta que, a pesar de su debilidad y su falta de fuerzas, a ella apenas le cueste. Cuando cierran la puerta la música del disco de piano de Yanni envuelve el maravilloso momento y a el rostro de él regresa una sonrisa que se fue hace 25 años.



Nota de la autora
Fue escuchando las hermosas notas de «Feel the Night... Listen, it is all there» del pianista y compositor griego Yanni Chryssomallis como nació esta pequeña historia.


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