BAJO LA SOMBRA DE UNA MENTIRA, Capítulo XIII

Fernando abrochó los botones de su chaleco y se colocó la chaqueta del traje, volvió a meter las manos en los bolsillos de los pantalones y bajó las escaleras para ir al encuentro de don Joaquín.
 Cuando llegó al salón, éste estaba mirando por la ventana que daba a la calle principal, aunque la primavera ya había hecho su entrada, aún los ramajes de los arbustos, del seto y de los árboles no habían cubierto la vista y se podía comprobar el devenir de la gente. Era de las pocas mansiones de aquella acera que al otro lado, enfrente, tuviera un pequeño parque, éste se extendía hasta el final de la subida de la calle, altos pinos colocados en su tiempo aleatoriamente y jardines y pequeños caminos que le circundaban por los que ancianos, niñeras o enamorados daban pequeños paseos o alargaban el tiempo sentados en cualquiera de los bancos de madera que allí había. 

- ¡Buenos días, Joaquín!- la voz de Fernando, ya éste en el salón, hizo que el abogado se volviera.
- ¡Ah, Fernando! ¡Buenos días! Sabes que tienes tu casa en un lugar privilegiado. Lástima que luego el verdor de tu jardín, cuando crezcan las plantas, no te deje ver ese parque que tienes en frente. La vista es sumamente entretenida.
- Como comprenderás no tengo tiempo ni ganas de andar mirando por las ventanas.
- Ya, bueno...
- Dime, ¿qué querías?
- Te traía unos papeles para que los firmaras. Hay unos albaranes y los pagos de los obreros de la fábrica. Mañana, como muy tarde pasado, se espera la llegada de dos de los barcos a puerto. Cuando estén aquí prepararé también sus pagos.
- No hacía falta que vinieras para eso- a Fernando le había molestado aquella visita de don Joaquín tan temprana-. Tenía pensado pasarme por la oficina a lo largo de la mañana.
- Ya, ya lo sé Fernando, pero verás...
- ¡Quieres acabar de una vez! No soporto los rodeos ni las medias tintas, si tienes algo más que decirme, dilo ya- su voz marcaba un ligero tono de enojo- ¿va a haber alguna huelga...? ¿están descontentos los trabajadores...? ¿hay problemas...? - el hombre negaba con la cabeza cada pregunta que Fernando le hacía- entonces, ¿qué leches es...?
- Verás, ¿recuerdas que hace tiempo te dije que estrenaban una ópera y mi mujer se empeñó en que nos acompañaras?
- ¡Ah, era eso!- la voz de Fernando y el gesto que se tornó en su cara arqueando levemente las cejas, con una sensación de incomodidad y de salir cuanto antes de aquél asunto, le hicieron ver a don Joaquín, lo complicado que le iba a resultar convencer a Fernando. Sabía que era un hombre de fijas convicciones y que cuando daba un no por respuesta, difícilmente había forma de convencerle. Apenas manifestaba sus emociones, pero el hombre percibió inmediatamente que Fernando deseaba finalizar aquella visita cuanto antes- se representa el sábado de la próxima semana, mi mujer hace días que adquirió las entradas y como te conté, tiene una para ti. Verás, la cuestión es que vienen esos amigos suyos que te comenté, me harías un favor a mí personalmente si accedieras a ir, lidiar con ese asturiano agota a cualquiera, sobre todo cuando de lo único que habla es de su fábrica de sidra, así...
- Está bien, dile a tu mujer que iré y tú estate tranquilo, intentaremos llevar la noche como si de un difícil contrato se tratara.
- Vaya, esto sí que es un alivio. Bien, vete firmando, aún tengo que pasar por la oficina de los García y García.
Fernando se sentó frente al escritorio que había en la pared de la ventana, cogió la pluma y comenzó a firmar los papeles que don Joaquín le iba pasando. Era un hombre seguro de lo que firmaba y revisaba de un vistazo cada albarán, factura o documento que se le entregaba. Cuando acabaron, don Joaquín recogió los papeles y les volvió a guardar en la carpeta de piel que traía, mientras Fernando se reincorporaba de la silla.
- Te acompaño a la salida. ¿Trajiste paraguas?
- No, como ves no me quité ni el abrigo, lo único, el sombrero, que se le di a Marina cuando llegué. Ah, aquí está- cogió éste del perchero que había justo a la entrada-. Así no hace falta que llamemos a nadie- Fernando abrió la puerta de la calle, sujetando ésta con la mano esperando a que el hombre saliera- Por cierto, Fernando, cuando Marina vino a avisarme de que ya bajabas, la encontré excitada. La muchacha venía acelerada y con la respiración entrecortada. ¿No habrá visto u oído...?
- No, hace tiempo que está en silencio. No tengo ni idea porque estaba así-. Fernando recordó los momentos previos a que ella se fuera de la habitación. Sabía por qué Marina estaba así, o al menos lo intuía.
- ¿No habrá...?
- No, no sabe nada. Y ahora si me disculpas... aún tengo cosas que hacer.

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