BAJO LA SOMBRA DE UNA MENTIRA Capítulo XIII

El sonido de la aldaba de la puerta principal hizo acudir presta a Marina, quien pasaba rápido sus manos por el uniforme, intentando estirar alguna arruga si la hubiera y ajustándose el mandil. Ganas la dieron de gritar un "ya va, ya va..." pero se contuvo sabiendo que sería motivo de regañina por doña Adelfa, pues si había algo que aprendió rápido era a que había que tener modales y educación con la gente que se recibía, que aunque bien es cierto no era mucha, pues casi siempre solía ser algún mozo o algún cochero, nunca se sabía quién realmente estaría tras la puerta.
Don Joaquín, atravesó presuroso la puerta, cuando esta la abrió y sacudió el abrigo con una mano mientras que con la otra sostenía una carpeta de piel negra debajo del brazo.
- Siento haberte asustado, Marina- le decía a ésta mientras la entregaba el sombrero- pero ésta lluvia tonta primaveral que ha empezado a caer de improviso casi me cala entero. Además tampoco quería que se me mojara la carpeta.
- No se preocupe.
-¿Está Fernando en casa?
- Sí, señor, le llamaré enseguida.
- Bien. Le esperaré aquí abajo en el salón junto a la chimenea. Intentaré de este modo secarme lo poco que me he mojado.
Marina, mientras don Joaquín se acercaba hacia el salón, dejó el sombrero de éste en un perchero del vestíbulo de la entrada y subió las escaleras del primer piso hacia las habitaciones de Fernando. Las dos puertas que daban a las tres estancias estaban cerradas y Marina tuvo que llamar, notando que el corazón se la aceleraba por segundos; desde los últimos encontronazos evitaba su presencia. Había notado en más de una ocasión que alguien la observaba a escondidas, en todas ellas esquivó mirar temiendo que los ojos de Fernando estuvieran tras ella. Tras volver a insistir, por fin oyó la voz de Fernando:
- Adelante.
Estaba de pie junto a la ventana de su dormitorio, mirando fijamente tras ella a un punto perdido. Las piernas ligeramente abiertas y las manos en los bolsillos de los pantalones. No giró la cabeza para ver quién era, siguió así, quieto, con el gesto inmóvil y la mirada fija. Su pelo negro, perfectamente peinado resaltaba aún más su perfecto perfil. Marina aprovechó que él no se giraba para observarle detenidamente, no sabía si era su belleza o la seguridad que demostraba en cada gesto, en cada paso, lo que más admiraba de él, pero en aquella seguridad y firmeza que solía demostrar siempre, Marina presentía que había un disfraz, tras el cual, se escondían ciertas inseguridades. 

Giró levemente la cabeza hacia ella y clavó sus ojos negros en los suyos, apenas una imperceptible sonrisa asomó a la comisura de sus labios, como si lo que tenía ante él fuera lo único que esperaba y que quería mirar. Así estuvieron unos segundos, era como si aquél momento fuera suyo y de nadie más, como si hubieran estado así siempre, como si hace una eternidad hubieran unido sus almas, se hubieran separado y ahora se hubieran vuelto a encontrar. 
Cuando Fernando pestañeó, Marina volvió a la realidad, se acordó de don Joaquín que hacía un momento acababa de llegar.
- Perdón, señor. Don Joaquín ha llegado y preguntó por usted. Le espera abajo en el salón junto a la chimenea.
- Gracias, Marina.
No le dio ocasión de que la dijera nada más. No quería. De pronto tuvo la extraña sensación de querer salir corriendo de allí. Tenía miedo, sí, tenía miedo, pero de qué, de que él la mirara como lo hacía, de lo que no sabía que pudiera pasar si volvía a sentir el roce de su piel sobre la suya.... Bajó las escaleras precipitadamente, sin que doña Adelfa se percatara que corría. Cuando llegó al salón se la veía agitada e intentó coger aire. Don Joaquín estaba de espaldas a la chimenea con las manos detrás del abrigo.


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