BAJO LA SOMBRA DE UNA MENTIRA Capítulo IV
A la mañana siguiente, Marina se levantó pronto. Se colocó su uniforme y se dirigió a desayunar a la cocina. Jacinta se encontraba ya sentada a la mesa dando buena cuenta de un gran tazón de leche. Encima de la mesa había una bandeja con magdalenas y bollos y un plato con trozos de pan. Vaya, pensó, aquello sí que era un buen desayuno. Manuela entró en aquél momento portando una lechera entre sus manos.
- Buenos días, Marina- le dijo. veo que no se te han pegado las sábanas.
- Buenos días. Estoy acostumbrada a madrugar. En el pueblo siempre había que levantarse temprano para atender el ganado. Buenos días, Jacinta- le dijo a ésta mientras ponía su mano cariñosamente sobre su hombro y la dedicó una agradable sonrisa.
Jacinta, que no estaba acostumbrada a amabilidad alguna, correspondió con un gesto y un leve sonido que intentó sacar de su garganta.
- Tienes leche caliente en el fogón- le dijo Manuela- sírvete y desayuna.
Adelfa entró en ese momento en la cocina.
- Buenos días - dijo. Tenía el mismo gesto serio e inamovible del día anterior.- Veo que están todas. Marina hoy irás al mercado con Jacinta. Es necesario que vayáis pronto por la mañana porque podréis escoger el mejor producto. Al final sólo queda lo que ya no quiere nadie. Manuela te dirá lo que debes comprar. Manuela- dijo dirigiéndose a ésta- hoy se espera al señor, probablemente a la hora de comer. Todo debe estar liso para cuando llegue.
- Sí señora. ¿Quiere que haga algo especial?
- Con que hagas lo de siempre estará bien.
Marina vio como cogía una bandeja, una taza fina con su plato de la alacena, una servilleta de hilo y un plato sobre el que depositó un par de bollos y unas magdalenas.
Sin decir palabra dio media vuelta y se marchó. Marina pensó que para ser del servicio el desayuno que se había dispuesto era como para una señora. No quiso comentar nada. Acabó el suyo y le dijo a Jacinta que cuando quisiera podrían marchar ya.
Llegaron al mercado después de haber andado unas cuantas calles. El bullicio y las voces de los tenderos era tal que no entendía como se podrían entender. Jamás había visto tanta gente junta. Los puestos con verduras, carnes, frutas y pescado iban y venían por diferentes calles, debajo de un gran edificio cuya cúpula en el centro del mismo, dejaba entrar la luz del exterior. Jacinta iba delante, marcando el paso. Sabía donde iba. Marina intentó seguirla, aunque no podía evitar pararse delante de alguno de aquellos puestos. Cuando Jacinta veía que no la seguía se volvía sobre sus pasos y tirándola del brazo hacía que la siguiera. Era como si el tiempo apremiara.
- Buenos días, Marina- le dijo. veo que no se te han pegado las sábanas.
- Buenos días. Estoy acostumbrada a madrugar. En el pueblo siempre había que levantarse temprano para atender el ganado. Buenos días, Jacinta- le dijo a ésta mientras ponía su mano cariñosamente sobre su hombro y la dedicó una agradable sonrisa.
Jacinta, que no estaba acostumbrada a amabilidad alguna, correspondió con un gesto y un leve sonido que intentó sacar de su garganta.
- Tienes leche caliente en el fogón- le dijo Manuela- sírvete y desayuna.
Adelfa entró en ese momento en la cocina.
- Buenos días - dijo. Tenía el mismo gesto serio e inamovible del día anterior.- Veo que están todas. Marina hoy irás al mercado con Jacinta. Es necesario que vayáis pronto por la mañana porque podréis escoger el mejor producto. Al final sólo queda lo que ya no quiere nadie. Manuela te dirá lo que debes comprar. Manuela- dijo dirigiéndose a ésta- hoy se espera al señor, probablemente a la hora de comer. Todo debe estar liso para cuando llegue.
- Sí señora. ¿Quiere que haga algo especial?
- Con que hagas lo de siempre estará bien.
Marina vio como cogía una bandeja, una taza fina con su plato de la alacena, una servilleta de hilo y un plato sobre el que depositó un par de bollos y unas magdalenas.
Sin decir palabra dio media vuelta y se marchó. Marina pensó que para ser del servicio el desayuno que se había dispuesto era como para una señora. No quiso comentar nada. Acabó el suyo y le dijo a Jacinta que cuando quisiera podrían marchar ya.
Llegaron al mercado después de haber andado unas cuantas calles. El bullicio y las voces de los tenderos era tal que no entendía como se podrían entender. Jamás había visto tanta gente junta. Los puestos con verduras, carnes, frutas y pescado iban y venían por diferentes calles, debajo de un gran edificio cuya cúpula en el centro del mismo, dejaba entrar la luz del exterior. Jacinta iba delante, marcando el paso. Sabía donde iba. Marina intentó seguirla, aunque no podía evitar pararse delante de alguno de aquellos puestos. Cuando Jacinta veía que no la seguía se volvía sobre sus pasos y tirándola del brazo hacía que la siguiera. Era como si el tiempo apremiara.
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