SI TIENES QUE MIRAR ATRÁS






Naces mujer y te sientes mujer, y con los años te acompasas a unos estereotipos marcados por una sociedad a la que te adaptas y a la que además, buscas complacer e ir alcanzando el nivel más alto que marca y al que tú aspiras. Aspiras a formar parte de ese grupo de personas que marca la sociedad, que está en esa cúspide en la cual todo es hermoso, vendiéndose una imagen de perfección y felicidad y a la que tan solo pertenecen unos privilegiados. Aspiras a que te miren, a no ser indiferente, a que giren su cabeza admirándote y te digan: «Eres especial». Palabras que tan solo bullen en tu cerebro y que te hacen dar pasos diariamente, estudiados al milímetro, para buscar únicamente ese parabien.
Creces, pasan los años y te das cuenta que has ido transformándote en una persona con la que tú misma no te sientes a gusto, porque difiere tanto lo que ves de lo que eres realmente en tu interior que apenas te reconoces y piensas: « ¿Quién eres tú, la que está al otro lado del espejo y me miras de ese modo? ¿Realmente esa soy yo? ¿Eres yo?»
Vuelves la vista atrás y analizas cada paso que has ido dando, y cambiando el giro de los mismos cuando veías la mirada o escuchaba el descontento de los demás. Te has pasado media vida dándole gusto a todo el mundo, al mundo no le ha gustado lo que le has dado y tú, al otro lado del espejo, ves una extraña que ni siquiera reconoces.
No hubo nadie que te dijese: «Todo el mundo te va a juzgar y criticar hagas lo que hagas, porque vivimos en una sociedad en la cual miramos más a los demás que a nosotros mismos. Odiamos cuando les va bien y sonreímos cuando les va mal aunque lloremos lágrimas de cocodrilo falseando el sentimiento de felicidad que nos produce que al otro le vaya peor que a nosotros».
Ten siempre un espejo en el cual mirarte, verte y sonreírte. Reconocerte cada mañana porque cada día que pasa has ido haciendo hechos, lo que pensabas. 
Sonríe a quien te diga que no puedes, que es ridículo lo que quieres hacer o el sueño que te ronda por la cabeza. Tampoco vale la pena abrir de par en par nuestro corazón, deseos o pensamientos, salvo a esas cuatro personas especiales que forman parte de nuestra vida porque hay una lazo de sangre y amor que nos une a ellos. Y aún así, también de estos habrá alguien que tache tus ideas de ridículas.
El tiempo pasa, la vida es nuestra y un día te das cuenta que la montaña de la vida la subiste, llegaste a la cima y ahora la empiezas a bajar; y esa bajada, esa bajada es más rápida de lo que deseas.
No esperes ni dejes que al final de la montaña, cuando llegues, abras tus manos y veas que están vacías porque fuiste regalando a los demás lo que ellos querían sin pensar si eso mismo era lo que tú sí querías.
Por ser mujer, éste mundo te va juzgar más, te va a estudiar más, criticar más, y aunque muchos sigan diciendo lo contrario, tienes que seguir demostrando que sí vales.
Crece. Crece tú. No engordes la vanidad de los demás. Que cuando tengas que mirar atrás lo hagas para sonreírte, para sentirte orgullosa de ti.
Yo no tuve a nadie que me diese este consejo o alguno parecido;  cometí esos errores y engordé la vanidad y la maldad de muchos. Pero con los años —que ya tengo los míos— he ido abriendo los ojos, he puesto mi espejo y me he dicho:«Ésta soy yo, y me gusto como soy. Cuando salga por la puerta será para buscar mi felicidad, porque puedo, porque soy capaz, y si no es hoy, seguro que será mañana, pero lo haré por mí, no para dar gusto a nadie ni engordar su vanidad».




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