BAJO LA SOMBRA DE UNA MENTIRA Final del Capítulo IX

Había sido una palabra casi ilegible, entre dientes. Siguió andando hasta que llegó a casa, cuando traspasaba la verja de hierro, la lluvia volvía a dejar caer sus gotas, aunque ahora lo hacía de una forma suave y delicada, como si no quisiera mojara aquello que tocara.
Dejó el paraguas en el paragüero y dio a Jacinta el abrigo.
- Jacinta, voy a encerrarme en el despacho, el resto de la mañana, no quiero que nadie me moleste, tengo un informe importante que leer, comunícaselo también a Adelfa, no quiero que venga con ninguna excusa, ni siquiera de esas que tú ya sabes.
Jacinta asintió con la cabeza un par de veces a sus palabras y vio como su señor subía las escaleras de dos en dos, pensó que realmente sería importante aquello que tenía que leer por las prisas con las que le había visto desaparecer. Se encogió de hombros y se alejó.
Fernando entró en la sala y vio como Marina, con un trapo entre las manos, tenía la vista perdida tras los cristales de la ventana de su habitación. La lluvia había empezado a caer con más intensidad y las gotas resbalaban como cortinillas de hilos. La vio tan hermosa, con el perfil de su rostro tan perfecto... sintió oír los latidos de un corazón que no creyó que fuera el suyo, no sabía qué le estaba ocurriendo, o sí... le hubiera gustado parar el tiempo en ese instante pero Marina se volvió, como despertando de aquél letargo, su mirada se cruzó con la de Fernando, que quieto, a la entrada de la sala, la contemplaba fijamente, fueron unos segundo raros, extraños, diferentes...
- Disculpe, señor, estaba viendo llover, ya he acabado con sus habitaciones- la voz de Marina rompió aquél momento.
- Eh... bueno... pues... puede irse entonces- dijo Fernando titubeando.
Marina pasó por su lado y Fernando se volvió para cerrar la puerta, con el fin de que nadie le molestara mientras trabajaba, en aquél instante sus miradas se volvieron a cruzar de soslayo. Marina se alejó por las escaleras sin volverse y oyó cerrar las puertas tras de sí. Sin saber por qué, aquél día sus recuerdos habían vuelto hacia Diego, la lluvia y el vaivén de las ramas de los árboles del fondo del jardín la hicieron recordar su hogar, su casa, aquella pequeña aldea, los árboles de la ladera y sintió una profunda nostalgia, hasta que sus ojos se cruzaron con los de Fernando. Cuando bajaba los últimos peldaños de la escalera, iba tan absorta en sus pensamientos que no se percató de que Doña Adelfa subía en ese momento, lo que provocó que tropezara con ésta:
- Debería de mirar bien por dónde va- dijo ésta bastante malhumorada.
Marina exhaló un suspiro.
- Lo siento, iba distraída, discúlpeme- insistía dócilmente- ¿la he hecho daño?
- Espero que la próxima vez te fijes por dónde vas- la respondió con voz desafiante.
Marina vio cómo subía las escaleras y con los trapos en el cubo y la escoba se fue hacia la cocina, allí Jacinta y Manuela hacían acopio de una taza de café y un trozo de pan con mantequilla.
- Marina, chiquilla- le dijo Manuela- deja eso y siéntate aquí con nosotras. Un descanso no le viene mal a nadie. Además, Doña Adelfa ya ha estado aquí y no volverá hasta la hora de la comida.
Marina cogió una silla y se sentó junto a ellas en la mesa. Afuera la luvia empezaba a caer con más intensidad y una ligera niebla empezaba a cubrir los árboles del jardín.

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