BAJO LA SOMBRA DE UNA MENTIRA Capítulo XI

Cuando Fernando se levantó de la cama, cogió la bata de satén gris que tenía a los pies de la misma y se la puso, mientras se abrochaba el cinto a la cintura contempló los dibujos irregulares en relieve que tenía. Jamás le había gustado aquella bata, la noche de Navidad que su madre se la regaló tuvo que darle las gracias disfrazando el sentimiento de indiferencia que le había provocado tal regalo. Sin embargo, se la ponía por las mañana para suavizar el destemple que el cuerpo sentía recién levantado de la cama, dirigiéndose posteriormente al cuarto de baño para asearse antes de vestirse y del desayuno; su madre le solía decir que todo un señor no debía moverse en pijama por la casa como si tal cosa, debía de estar presentable al menos de cara al servicio; la presencia siempre era sumamente importante para hacerse respetar y que el tomasen en serio. Siempre había tenido en mente comprarse una a su antojo en los viajes de negocios que solía hacer a la capital central, pero al final las reuniones y compromisos apuraban tanto su tiempo que se le olvidaba tal pensamientos, sólo cuando regresaba y volvía a sacar la bata del armario para colocarla al pie de la cama, recordaba que tenía que haberse comprado una nueva.
Descorrió las cortinas  de la ventana y abrió ésta, contempló el entorno del jardín, donde las hierbas y las plantas se habían apagado por el invierno y las desnudas ramas de los árboles descubrían tras ellas un paisaje de techumbres de casas tan grandes como la suya. En primavera, el verde que retorna cual viajero regresa al hogar, cubría todo de nuevo aislando así toda privacidad. Cuando sus ojos miraron hacia abajo, justo debajo de su ventana, contempló atónito a una Marina, que en camisón se paseaba descalza alrededor de la fuente de piedra, limpiaba de ella el musgo que la humedad del invierno apostaba sobre ella, descubriendo así aquellos bellos dibujos que tiempo ha, habían sido la causa de admiración de aquella fuente de piedra. A punto estuvo de llamarla pero prefirió seguir contemplándola, pensaba que Marina se había dado cuenta que aquella fuente, semiescondida entre hierbajos y musgo, era algo bello digno de ser contemplado. A pesar de ser invierno,el cielo azul, sin nubes, dejaba al sol acariciar con sus rayos los rostros de las gentes que abrían sus ventanas tras una larga noche de invierno. Fernando se dejó querer y acariciar durante unos segundos, para cuando volvió a mirar hacia abajo, Marina ya no estaba. Cerró la ventana y se dirigió al cuarto de baño, mientras iba, sus pensamientos se fueron a la fuente de piedra, a tiempo atrás, intentó recordar cuándo fue la última vez que la vio con agua y sin embargo no supo ubicar el tiempo. 
Cuando atravesó el pasillo, se cruzo con Adelfa que bajaba del piso superior.

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