BAJO LA SOMBRA DE UNA MENTIRA Capítulo XI

La tarde había pasado sin más. Como tantas otras de invierno, oscurecía demasiado pronto y aquellas horas procuraban ocuparlas de algún modo, entre Marina y Jacinta, pues Manuela solía aprovechar para acercarse a su casa, a ver a su familia y dejarles la cena hecha antes de regresar a la casa. Si no había alguna sábana que remendar, plata que limpiar, y doña Adelfa no aparecía para encargarla ningún menester, Marina narraba a Jacinta, recuerdos e historias de su pueblo y de su casa.

 La joven muda escuchaba pasmosa y atenta todo lo que sus oídos percibían, acercando a sus sueños aquella realidad e imaginando aquél hermoso lugar de verdes valles y claros arroyos. Poco podían dar sus ojos de sí de lo que oía, pues no tenía más recuerdos que aquella casa y lo que veía, calles anchas transitadas por carruajes y personas, y edificios y casonas, nada parecido a lo que Marina le contaba. Así las encontró Manuela, sentadas junto a la mesa de la cocina, cuando la rolliza mujer hizo su entrada por la puerta de servicio que daba al lateral de la casa. Bien tapada con una toquilla que llevaba sobre un abrigo revejido por el uso, cerró la puerta tras de sí.

- ¡Rediez, qué frío hace! -la mujer desabrochaba su abrigo mientras sostenía la toquilla- ¿Qué tal la tarde, zagalas?
- Ha sido como tantas otras, Manuela. ¿Y tú familia?
- Allí les dejé, con la cena ya lista. ¿Habéis visto cómo están las lumbres?
- Íbamos a ir ahora.
- Pues no os demoréis, que la noche va a ser fría. Rellenar los huecos de los chimeneos con todos los leños que podáis.
Jacinta y Marina, se levantaron de las sillas, cuando Manuela intentó decir que se abrigaran, éstas ya se estaban colocando las toquillas sobre los hombros. Salieron fuera al cobertizo y cargaron sobre sus brazos toda la leña que pudieron.



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