LA FLORISTA
Sus manos asían la barra
que firme sujeta el carro,
carcosa y vieja madera
vestigio en caminos de barro.
Toquilla al hombro que cubre
el frío que hiela los huesos,
disfraza pobreza y mugre
cargando los cubos pesados.
El agua mantiene las flores
recién cortadas del campo,
margaritas, claveles, rosales,
siemprevivas que forman los ramos.
Empuja el carro por calles
y escucha una voz preguntando:
- ¿A cómo vende los ramos?
- Depende señor del que lleve,
que no hay dinero que pague,
el amor, si parte de enamorado.
Docena a peseta las rosas,
y a reales van los claveles,
siemprevivas y margaritas
a tres peras chicas las lleve.
- Envuélvame dos docenas
de rosas blancas y rojas,
y cúbrame bien los tallos.
Dos pesetas que la entrega,
la florista va a darle el cambio.
- Quédese usted con la vuelta,
que yo espero ser compensado
con el beso de mi amor,
cuando le entregue el regalo.
Sonriente va el galán
con su ramo calle abajo,
y la florista retorna
pregonando con su carro:
-¡Flores frescas, flores frescas!
A reales, perras chicas y pesetas.
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