CARTAS

2 DE JULIO DEL 20--

Querida yo:

El martes pasado no pude ir al mercado como ya te conté en mi última carta. Cuando la llevé a correos para echarla, el cielo se puso de forma repentina de un gris tan oscuro, que era como si en cuestión de minutos se empezara a hacer de noche. Resonaron en el cielo un par de truenos con tal fuerza, que rompieron el silencio que había en el pueblo a esas horas de la mañana. Cayeron algunos rayos que desgarraron por la mitad dos olmos del prado del tío Segismundo, ese pobre anciano que vive junto al puente de piedra que hay en la zona norte del río. El hombre contaba luego que tuvo tanto miedo que llegó a pensar que alguno se le iba a caer encima de su casa.
Todo ello desembocó en tal lluvia torrencial que me empapó hasta los huesos. Aún así, decidí no darme la vuelta y llegar hasta la estafeta. Cuando me vio la mujer del cartero, la mujer se asustó y se empeñó en que entrase en su casa para tomarme un vaso de leche caliente y me secara un poco; al menos, hasta que la tormenta amainara, sin embargo, no fue así porque se pasó el resto del día lloviendo.
Manolo, el cartero, aprovechó la ocasión y me entregó una carta tuya que protegí bajo mi blusa procurando que llegase a casa lo menos mojada posible.
Mamá se asustó en cuanto me vio y la abuela no tardó en hacerme unas infusiones de las suyas, de romero y eucaliptus, que me hizo tomar con un chorrito de coñac. No tardé en empezar a estornudar y enseguida mamá me obligó a meterme en la cama ante la pesadez de la abuela quien insistía en lo malo que era coger una buena mojadura y más si estas eran por tormentas de verano. Mamá le decía que lo mismo daba verano que invierno y así tuvieron excusa para otra polémica de las suyas.
Al día siguiente siguió lloviendo con ganas, y yo he tenido que pasarme tres días en cama con las infusiones de la abuela entre estornudos y pañuelos, y mirando por la ventana como la lluvia caía resbalando por los cristales.

Tuya siempre,

---Mi yo---


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