SAN VALENTÍN

Hoy, abrió los ojos que se giraron hacia la mesilla donde reposaba inerte el jarrón vacío. No había flores, ni siquiera una solitaria rosa perdida en el agua del larguirucho cristal. Posó sus pies sobre la alfombra del suelo como tantas mañanas y abrió las persianas donde la luz triste de un día grisáceo, translucía el aroma a soledad que en aquél momento invadía su alma.
Colocó sobre sí misma la vieja bata guateada, anudando la cinta a su cintura sintiendo que aquello sería lo más parecido al abrazo que no recibiría.
Abrió la puerta del armario de la cocina y sacó la taza de café que fiel a ella durante cuarenta años, con algún que otro golpe aportillado, sería quien pusiera sobre sus labios el beso inexistente de ese día. Sobre camas calientes de noches cortas y largas pasiones, pensaba que aquella mañana, colocarían bandejas de desayunos manos amorosas  a amadas perezosas, mientras ella, sentada a la mesa de la cocina, contemplaría la lluvia que tras la ventana, acariciaba los árboles abandonados de hojas.
Vestirá su cuerpo con aquél vestido oscuro, igual que siempre, el mismo donde el color abandonó un día cualquier resquicio de haber sido parte de aquellos hilos.
Peinará su pelo sin prisa, como el que detiene el tiempo porque nadie le espera. Se sentará al porche y pensará que otro año más la soledad de su corazón se quedará también vacía. Y que sobre su piel ninguna mano deslizará sus dedos haciéndola sentir que estaba viva. Será un día más, sin recuerdo y sin nostalgia.
Paseará sus pies deambulantes por aquella casa vieja y gris, buscando en cada rincón las rosas del amor que nadie compró para ella misma. Al final de la tarde, cuando el sol se deslice tras la luna, buscará en el viejo mueble de madera un libro de amor con el que acabar aquél día, donde volverá a sentir el frío de sus sábanas vacías.
Desliza sus dedos por el estante y detiene sin darse cuenta su mano sobre un libro en el que el polvo depositó por años sus caricias. Lo sostiene entre sus manos y al abrirlo descubre entre sus hojas una rosa marchita y un poema; lo lee, dejando que las lágrimas resbalen silenciosas por sus mejillas.
Sentada junto al fuego, la luz de la luna ilumina una estancia que poco a poco despide al día, y con la rosa junto a su pecho, cierra los ojos dejando que el pasado le regrese a este presente esa noche de amor donde su piel sintió y dejó... que él depositara sus caricias.

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