BAJO LA SOMBRA DE UNA MENTIRA. CAPÍTULO XIII

Marina entró en la casa sin percatarse de la silueta de Fernando, que en la sala, al pie de la chimenea y con la única luz que daba ésta, sostenía intranquilo una copa de coñac entre sus manos. La vio atravesar el vestíbulo con dirección a su habitación. Al llegar al pasillo que daba a las diferentes estancias, incluido su cuarto, se detuvo y se volvió.
- Buenas noches, señor- las llamas de los leños reflejaban la figura de Fernando con una mano en el bolsillo de su pantalón y en la otra la copa, miraba a Marina que se había detenido para darle las buenas noches. No hacía mucho que había llegado pero aquellos minutos se le habían hecho eternos. Ahora, ya estaba allí.
- Buenas noches -le contestó.
Marina se alejó en el silencio de la casa procurando que las pisadas de sus botas sobre la madera del suelo fueran lo más silenciosas posibles. Entró en su habitación. Se había quitado el abrigo y el vestido cuando oyó unos golpes en la puerta de su habitación. No tenía que preguntar quién era. Para qué si ya se lo imaginaba. Todo el mundo estaba acostado menos Fernando y ella y sabía que era él. Había visto sus ojos mirándola cuando hacía apenas unos minutos le había dado las buenas noches. Qué más daba si no abría. La puerta no estaba trancada, jamás lo hacía y podía perfectamente entrar él. Además algo la empujaba, quería evitarlo pero no podía. Era como si una cuerda de muñeca tirara de ella hacia él. Volvieron a llamar. Dos suaves golpes sobre la puerta sonaron de nuevo.
- Marina, soy yo -dijo- ábreme por favor.
Podría decirle que estaba abierta. Que no necesitaba abrirle. Que entrara sin más. Pero no lo hizo. Cogió la toquilla que tenía al pie de su cama y se cubrió levemente con ella sobre el escote de las enaguas. Abrió la puerta con una mano mientras que con la otra sostenía la toquilla debajo de su cuello. Allí estaba Fernando, apoyando su mano en el quicio de la puerta, levantó los ojos hacia ella y sintió acelerar su corazón como un tren sin maquinista ni control.
- Marina- dijo. Abrió la puerta y ella dio un paso atrás. Cerró la misma tras de sí, sin apartar los ojos de ella - Marina- susurró en una voz dulce y suave.
Se acercó a ella y quitó de su mano la toquilla que ella aún sostenía bajo su cuello cubriendo su cuerpo. Acarició sus labios con sus manos. Los ojos de Marina estaban fijos en los de él. Su pecho dibujaba el latido acelerado de su corazón, sintió la piel de sus manos sobre su cara, fina, suave, pasar delicada igual que su mirada.

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