EN UNA NOCHE COMO OTRA CUALQUIERA. (Continuación)

Colocó el vehículo casi a su altura y se quedó mirando el cuerpo huesudo y el perfil de un rostro donde la expresión de sensación o sentimiento hubieran desaparecido.
«Eres una mujer de ciencia», —volvió a pensar—. «Probablemente esté herida y necesite ayuda». Colocó el coche en punto muerto y echó fuerte el freno de mano, no estaba bien tensado y a veces solía deslizarse habiéndola provocado más de un susto alguna vez. Llevaba prometiéndose que lo llevaría al taller, pero siempre las guardias del hospital hacían que lo fuera posponiendo.
Cuando agarró la manilla de la puerta para salir, aquel rostro se volvió hacia ella. Unas pupilas blancas la miraban, mientras la comisura de sus labios no dejó presenciar apenas expresión alguna. María cerró fuertemente la puerta del coche que no llegó a abrir del todo y echó el cerrojo interno presa de tal pánico, que ni en su época de prácticas, en las bromas que los compañeros les gastaban en el depósito de cadáveres, había sentido. Aquella mano ensangrentada, se alzaba hacia ella deslizando sobre el cristal de la puerta los dedos goteantes de sangre mientras aquellos ojos muertos sin pupila, no dejaban de mirarla.
Sintió cómo las pulsaciones aumentaban golpeándola la venilla del cuello como si de aquel viejo «tic» se tratara. « No tiene ojos... no tiene ojos... ¿Dios mío qué es?», María tartamudeaba en tal hilo de voz que bien se podría confundir con sus pensamientos. Intentó arrancar el coche, en su miedo y deseo de escapar de allí, ni siquiera recordaba que el coche lo había dejado arrancado. Aquella mujer seguía mirándola, la sentía, sentía la mirada de unos ojos vacíos, inexistentes. Solo veía la sangre que, ahora más intensa, seguía cayendo por la mano debajo de la manga del camisón.
Si tan siquiera saber de dónde, una figura a caballo apareció entre los árboles de un lado del camino. Asió a la joven de uno de los brazos y como si de una pluma se tratara, la izó colocándola delante de él a la grupa del animal. María recostó su cabeza en el cabezal del asiento. Paralizada, casi en un estado de shock, que incluso ella como médico hubiera diagnosticado a cualquier paciente. Su mano aún seguía en la llave intentando arrancar el vehículo.


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