BAJO LA SOMBRA DE UNA MENTIRA Capítulo VII

Aquella mañana, cuando Marina abrió las contraventanas, vio que la lluvia seguía cayendo de forma casi intermitente, las nubes grises casi negras por algún sitio, cubrían un escondido cielo en aquél otoño lluvioso y oscuro. Se vistió como de costumbre y después de asearse volvió a mirar por la ventana.
- Nada, hoy va a ser como todos los días.
Sabía que tenía que ir al mercado con Jacinta, como casi todas las mañanas, pero aquél día seguía jarreando y probablemente volverían a venir caladas, eso si no tenían la suerte de que a su regreso escampara. Entró en la cocina y vio que Manuela metía unos leños en la cocina, la leche caliente sobre la lumbre y la mesa dispuesta como todos los días. Se sentó dando buena cuenta del desayuno.
- Vaya, parece que la mozuela se ha levantado hoy con hambre.
- Sí, bastante- le dijo a Manuela mientras apuraba en su boca uno de los bollos de leche.
- Manuela, ¿no está casado el señor?
- No- contestó ésta de una forma seca.
- Entonces... ¿quién es la mujer del cuadro que está en el salón sobre el piano?
- ¿Tú nunca te cansas de hacer preguntas?
Jacinta entraba en ese momento con el paraguas en una mano y los cestos de la compra en la otra, preparada ya para salir al mercado, Marina la contempló sorprendida, pues apenas había acabado aún su desayuno. Los gestos de Jacinta y algún que otro sonido hacia Marina hicieron entender a ésta que ya debía de estar lista.
- ¡Pero si aún no he desayunado! - le dijo ésta- se ve que te has levantado bien pronto.
- No quiere andar muy tarde- le dijo Manuela- piensa que tanta humedad reblandecerá las verduras de los puestos.
Cuando las dos muchachas salieron de la casa, la lluvia seguía cayendo y el agua bajaba por la calle abajo como si de un riachuelo se tratara. No se veía ningún coche de caballos, pero sí alguno de los de motor. Algunas personas subían y bajaban escondiendo sus cuellos en los abrigos y girando los paraguas cada vez que el viento llevaba la lluvia en una dirección. Tras un fuerte relámpago Jacinta se estremeció y se agarró fuertemente a Marina.
- No tengas miedo. A mí a veces también me dan miedo las tormentas. Con el cielo tan gris y los truenos es como si el diablo se adueñara de la tierra.
Jacinta se volvió a estremecer por las palabras de Marina y apretando el paso siguieron calle abajo para luego girar dos calles hasta llegar al mercado.
La plaza de abastos se encontraba casi vacía, sólo los tenderos de los puestos y alguna criada, casi nadie merodeando por sus calles, ni siquiera las señoras habían hoy salido para hacer la compra con sus criadas, se ve que por el temporal de lluvia y viento habían preferido dejar solas a éstas. Tampoco a los tenderos se les veías con ganas de dar voces ofreciendo su género.
Luis, el muchacho del puesto de flores, estaba apoyado junto a la barra de la pequeña cantina que había en el interior de la plaza. Allí no faltaba el caldo caliente cada mañana. Gertrudis, que era la mujer que lo regentaba, lo hacía de un día para otro, así cada mañana, después de colocar los productos en los puestos, los tenderos, antes de abrir, se acercaban a su barra para templar el cuerpo con un buen tazón de aquél delicioso caldo, el cual , algunas veces iba acompañado de un un buen torrezno.
No era época de flores, así que Luis tenía que ganarse la vida descargando en el mercado los camiones o alguna furgoneta, así pasaba el invierno, consiguiendo alguna peseta, hasta que en la primavera volvía a su puesto de flores.

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