EN NAVIDAD
Dejó la mochila apoyada a la pared y posó sobre el suelo la ennegrecida bolsa y de deporte. Se sentó sobre ella y volvió a coger la mochila. Abrió la cremallera de la misma y extrajo el arrugado cartón que apoyo en el pavimento. "Sin casa y sin recursos". No decía más. Para qué escribir nada más. Su presencia allí, junto aquella pared, explicaba más que suficiente lo que bien podría hacer aquella anochecida y fría tarde de Navidad. Volvió a meter la mano en la mochila y sacó el pequeño bote de plástico colocándolo en el piso al lado suyo. En frente, las puertas correderas de aquél hipermercado se abrían y se cerraban al paso de los viandantes que atravesaban las misma con el único fin de hacer sus últimas compras navideñas.
Les miró sin rencor alguno, ni siquiera indiferencia. Hacía meses que en su interior ya no sabía lo que sentía hacia aquella sociedad que le había dado tal latigazo en su cuerpo, como domador a sus fieras. Él era uno más hasta hacía bien poco. Uno más. Uno más de tantos que aparcaban su coche en doble fila para hacer esa compra de última hora. Demasiadas horas en la oficina. Siempre hasta el último minuto. En algunas ocasiones, Juliana, la mujer de la limpieza, solía aparecer por su despacho, aparejos en mano, avisándole de que ya era el turno de hacer ella su trabajo y él dejar el suyo. Aún se acordaba de ella, de sus quejidos cada Navidad para las compras de esas fechas, ayudando a sus hijos que se encontraban en paro. ¿Y ella? ¿Ella se acordaría de él? Engalanado bajo aquél traje de Armani, ultimando los informes pertinentes y los Balances de Estados, antes de acudir a aquella cena anual de finales de diciembre, donde se premiaba al empleado cuyos objetivos habían sobrepasado en ciernes los estimados por la empresa.¡Probablemente sí, o no!¡¿Quién podría saberlo?! Si en alguna ocasión preguntó por él y por qué no volvió a su puesto, le dirían simplemente que ya no trabajaba allí. Sí. Eso sería lo que le dirían. Y ella probablemente se conformaría, y volvería a hablar de sus hijos y de los sacrificios que tenía que hacer cada mes, a aquél a quien hubieran colocado en su lugar.
Fue aquella misma noche. La entrada de la policía en medio del brindis. Apenas las burbujas del champán efervescían en las copas cuando varios agentes con chalecos, vestidos de calle unos y uniformados otros, hicieron su entrada en el salón. "Dejen todo lo que tengan en sus manos y alcen los brazos colocando ambas manos detrás de sus nucas, por favor". "No hagan ningún movimiento extraño". Él, al igual que el resto de sus compañeros no entendió nada de lo que allí estaba ocurriendo. Los agentes se movían entre ellos, pidiéndoles la documentación. Los murmullos y el miedo empezaron a sentirse entre aquellas paredes rodeadas de tal incertidumbre y desconcierto que llegaron a pensar que eran objetos de alguna broma pesada con cámara oculta. Pero no lo eran. La realidad apareció ante los ojos de todos ellos cuando fueron llevándolos de uno en uno hacia el furgón policial y de allí a la comisaría.
Allí, les quitaron las esposas y les fueron interrogando. entre todos ellos, la misma pregunta. "¿Alguien ha visto a Víctor?". "Yo no". "Yo tampoco". Él tampoco le había visto desde hacía varias horas. Intentó recordar cuando fue la última vez. Le vio departiendo y estrechando la mano cuando llegó a la fiesta. A él también se la estrechó y lo hizo de aquella manera firme y segura. "Te tengo una sorpresa ésta noche que te alegrará de por vida". Recordó que le dijo". Pensaba en aquél ascenso tantas veces soñado y por el que había dado tantas horas de su vida. Aquél ascenso por el cual había vivido más horas en la oficina que en su casa. Pero contemplaba a sus compañeros de trabajo, sentados como él en aquellos bancos de madera, esperando a ser llamados para ser interrogados y se repetía a sí mismo aquellas mismas palabras. Por fin alguien lo dijo. Los comentarios y la incredulidad volaban entre las bocas de los que salían en libertad, después de ser interrogados, y los que aún esperaban su turno. "Ha habido un desfalco". "Víctor se ha debido de largar con todo el dinero de la empresa y ha debido de destruir toda la información posible de la contabilidad de la misma". "Claro, por eso se fue de la fiesta tan pronto, nada más empezar. Alguien le debió avisar". Él tampoco recordaba haberle visto después de aquél momento en que le estrechó tan firme su mano y le dijo aquellas palabras con las que llevaba soñando tanto tiempo.
Pasó aquella noche en el calabozo y vio como su vida se hacía añicos en apenas unos meses. El Director General de la empresa desapareció sin dejar rastro y a él y a otros dos más de la empresa, les cargaron con todo. Cuando salió de la cárcel no tenía nada. Tuvo que vender su casa, su coche, y prácticamente regalar sus trajes de Armani. Se quedó sin nada. Sin honra ni honestidad. Se convirtió en un paria dentro del mundo empresarial sin tener opción alguna a conseguir otro tipo de trabajo. Las puertas se cerraban ante él como portazos sin apenas abrirse. Y ahora estaba allí. Sentado ante las puertas de un centro comercial, iluminado de leds y dejando en la calle el sonido de la música navideña. Sintiendo un frío que habitaba en su cuerpo como una segunda piel sobre aquellos huesos apenas cubiertos de carne y abandonados por aquella masa muscular que tantas veces cultivó en el gimnasio.
La vio salir. Sonriendo. Girando la cabeza mientras se despedía de la persona con la que estaba hablando. ¡Era tan bonita! Tenía unos cabellos rubios que se asomaban debajo del gorro de lana. Las bolsas de la compra en la mano y aquella preciosa sonrisa que dibujaba en su bello rostro mientras escuchaba las palabras de su interlocutor. Oyó su voz: "Ana, quédate aquí, cariño. Ahora nos vamos". Aquella pequeña le miraba con su muñeca en la mano, impaciente porque su madre acabara de hablar con la persona con la cual lo estaba haciendo. Pensó en qué hubiera sido de él si hubiera tenido una familia como ellas. No habría dedicado tantas horas en la oficina y todo, quizás hubiera sido diferente. La sonrió. y la pequeña se volvió hacia su madre llamando la atención de ésta. Vio como la mujer depositaba las bolsas de la compra en el suelo y sacaba el monedero de su bolso extrayendo unas monedas de éste. La pequeña cogió la monedas que su madre la entregó y, sin mirar, salió presta atravesando la calzada. Él no se lo pensó. Demasiados años y demasiado tiempo en la calle para saber mirar como si siempre llevara más de dos ojos. Levantó su cuerpo de la bolsa de deporte y salió con el impulso que da el deseo de salvar un cuerpo de un peligro inminente.
Sólo se oyeron gritos y un fuerte frenazo. Aquellos instantes volaron como pesadillas de pánico entre gritos, sollozos y voces, con un fondo musical navideño distorsionando el horror que en aquellos instantes se estaba viviendo. Oyó la voz de un hombre: "Tranquilo, soy médico. La ambulancia está de camino". "¿La niña?", fue lo único que le preguntó. "La niña está bien". "No se preocupe. Al protegerla con su cuerpo la ha salvado la vida".
Vio el rostro sollozante de angustia y alivio de ella abrazando a su hija y fue lo único que le importó. No tenía dolor. No sentía nada, ni siquiera ya sentía frío. Dejó sus ojos entreabiertos contemplando aquella imagen, su última imagen. La de ellas. Se sentía feliz. no podía llevarse mejor recuerdo. El médico buscó su pulso y cerró del todo sus ojos. No dijo nada. Dejó que la ambulancia se lo llevara comentando las oportunas palabras con los sanitarios que venían en ella. Para aquella gente se iba un héroe. Para la sociedad, un mendigo más.
Cuando la ambulancia se alejó, llenando cada metro de su recorrido con aquél sonido estruéndoso, pidiendo paso, la policía desocupó las inmediaciones de todos los curiosos y personas que se habían congregado allí, en la calle, ya sólo fue quedando el vacío de la noche.
La música y las luces del centro comercial se fueron apagando y las aceras de los viandantes fueron quedando vacías. Sólo allí. Al otro lado de la calzada, apoyada en la pared una mochila, y en el suelo una bolsa de deporte. Junto a ellas un cartel: "Sin casa y sin recursos".
Les miró sin rencor alguno, ni siquiera indiferencia. Hacía meses que en su interior ya no sabía lo que sentía hacia aquella sociedad que le había dado tal latigazo en su cuerpo, como domador a sus fieras. Él era uno más hasta hacía bien poco. Uno más. Uno más de tantos que aparcaban su coche en doble fila para hacer esa compra de última hora. Demasiadas horas en la oficina. Siempre hasta el último minuto. En algunas ocasiones, Juliana, la mujer de la limpieza, solía aparecer por su despacho, aparejos en mano, avisándole de que ya era el turno de hacer ella su trabajo y él dejar el suyo. Aún se acordaba de ella, de sus quejidos cada Navidad para las compras de esas fechas, ayudando a sus hijos que se encontraban en paro. ¿Y ella? ¿Ella se acordaría de él? Engalanado bajo aquél traje de Armani, ultimando los informes pertinentes y los Balances de Estados, antes de acudir a aquella cena anual de finales de diciembre, donde se premiaba al empleado cuyos objetivos habían sobrepasado en ciernes los estimados por la empresa.¡Probablemente sí, o no!¡¿Quién podría saberlo?! Si en alguna ocasión preguntó por él y por qué no volvió a su puesto, le dirían simplemente que ya no trabajaba allí. Sí. Eso sería lo que le dirían. Y ella probablemente se conformaría, y volvería a hablar de sus hijos y de los sacrificios que tenía que hacer cada mes, a aquél a quien hubieran colocado en su lugar.
Fue aquella misma noche. La entrada de la policía en medio del brindis. Apenas las burbujas del champán efervescían en las copas cuando varios agentes con chalecos, vestidos de calle unos y uniformados otros, hicieron su entrada en el salón. "Dejen todo lo que tengan en sus manos y alcen los brazos colocando ambas manos detrás de sus nucas, por favor". "No hagan ningún movimiento extraño". Él, al igual que el resto de sus compañeros no entendió nada de lo que allí estaba ocurriendo. Los agentes se movían entre ellos, pidiéndoles la documentación. Los murmullos y el miedo empezaron a sentirse entre aquellas paredes rodeadas de tal incertidumbre y desconcierto que llegaron a pensar que eran objetos de alguna broma pesada con cámara oculta. Pero no lo eran. La realidad apareció ante los ojos de todos ellos cuando fueron llevándolos de uno en uno hacia el furgón policial y de allí a la comisaría.
Allí, les quitaron las esposas y les fueron interrogando. entre todos ellos, la misma pregunta. "¿Alguien ha visto a Víctor?". "Yo no". "Yo tampoco". Él tampoco le había visto desde hacía varias horas. Intentó recordar cuando fue la última vez. Le vio departiendo y estrechando la mano cuando llegó a la fiesta. A él también se la estrechó y lo hizo de aquella manera firme y segura. "Te tengo una sorpresa ésta noche que te alegrará de por vida". Recordó que le dijo". Pensaba en aquél ascenso tantas veces soñado y por el que había dado tantas horas de su vida. Aquél ascenso por el cual había vivido más horas en la oficina que en su casa. Pero contemplaba a sus compañeros de trabajo, sentados como él en aquellos bancos de madera, esperando a ser llamados para ser interrogados y se repetía a sí mismo aquellas mismas palabras. Por fin alguien lo dijo. Los comentarios y la incredulidad volaban entre las bocas de los que salían en libertad, después de ser interrogados, y los que aún esperaban su turno. "Ha habido un desfalco". "Víctor se ha debido de largar con todo el dinero de la empresa y ha debido de destruir toda la información posible de la contabilidad de la misma". "Claro, por eso se fue de la fiesta tan pronto, nada más empezar. Alguien le debió avisar". Él tampoco recordaba haberle visto después de aquél momento en que le estrechó tan firme su mano y le dijo aquellas palabras con las que llevaba soñando tanto tiempo.
Pasó aquella noche en el calabozo y vio como su vida se hacía añicos en apenas unos meses. El Director General de la empresa desapareció sin dejar rastro y a él y a otros dos más de la empresa, les cargaron con todo. Cuando salió de la cárcel no tenía nada. Tuvo que vender su casa, su coche, y prácticamente regalar sus trajes de Armani. Se quedó sin nada. Sin honra ni honestidad. Se convirtió en un paria dentro del mundo empresarial sin tener opción alguna a conseguir otro tipo de trabajo. Las puertas se cerraban ante él como portazos sin apenas abrirse. Y ahora estaba allí. Sentado ante las puertas de un centro comercial, iluminado de leds y dejando en la calle el sonido de la música navideña. Sintiendo un frío que habitaba en su cuerpo como una segunda piel sobre aquellos huesos apenas cubiertos de carne y abandonados por aquella masa muscular que tantas veces cultivó en el gimnasio.
La vio salir. Sonriendo. Girando la cabeza mientras se despedía de la persona con la que estaba hablando. ¡Era tan bonita! Tenía unos cabellos rubios que se asomaban debajo del gorro de lana. Las bolsas de la compra en la mano y aquella preciosa sonrisa que dibujaba en su bello rostro mientras escuchaba las palabras de su interlocutor. Oyó su voz: "Ana, quédate aquí, cariño. Ahora nos vamos". Aquella pequeña le miraba con su muñeca en la mano, impaciente porque su madre acabara de hablar con la persona con la cual lo estaba haciendo. Pensó en qué hubiera sido de él si hubiera tenido una familia como ellas. No habría dedicado tantas horas en la oficina y todo, quizás hubiera sido diferente. La sonrió. y la pequeña se volvió hacia su madre llamando la atención de ésta. Vio como la mujer depositaba las bolsas de la compra en el suelo y sacaba el monedero de su bolso extrayendo unas monedas de éste. La pequeña cogió la monedas que su madre la entregó y, sin mirar, salió presta atravesando la calzada. Él no se lo pensó. Demasiados años y demasiado tiempo en la calle para saber mirar como si siempre llevara más de dos ojos. Levantó su cuerpo de la bolsa de deporte y salió con el impulso que da el deseo de salvar un cuerpo de un peligro inminente.
Sólo se oyeron gritos y un fuerte frenazo. Aquellos instantes volaron como pesadillas de pánico entre gritos, sollozos y voces, con un fondo musical navideño distorsionando el horror que en aquellos instantes se estaba viviendo. Oyó la voz de un hombre: "Tranquilo, soy médico. La ambulancia está de camino". "¿La niña?", fue lo único que le preguntó. "La niña está bien". "No se preocupe. Al protegerla con su cuerpo la ha salvado la vida".
Vio el rostro sollozante de angustia y alivio de ella abrazando a su hija y fue lo único que le importó. No tenía dolor. No sentía nada, ni siquiera ya sentía frío. Dejó sus ojos entreabiertos contemplando aquella imagen, su última imagen. La de ellas. Se sentía feliz. no podía llevarse mejor recuerdo. El médico buscó su pulso y cerró del todo sus ojos. No dijo nada. Dejó que la ambulancia se lo llevara comentando las oportunas palabras con los sanitarios que venían en ella. Para aquella gente se iba un héroe. Para la sociedad, un mendigo más.
Cuando la ambulancia se alejó, llenando cada metro de su recorrido con aquél sonido estruéndoso, pidiendo paso, la policía desocupó las inmediaciones de todos los curiosos y personas que se habían congregado allí, en la calle, ya sólo fue quedando el vacío de la noche.
La música y las luces del centro comercial se fueron apagando y las aceras de los viandantes fueron quedando vacías. Sólo allí. Al otro lado de la calzada, apoyada en la pared una mochila, y en el suelo una bolsa de deporte. Junto a ellas un cartel: "Sin casa y sin recursos".
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