CAPÍTULO I


Cuando Marina bajó del carruaje, contempló ante ella una amplia ladera llena de grandes mansiones aun lado y otro de una ancha calle. Al final, el inmenso mar dejaba entrever un infinito desconocido, tan desconocido como el futuro que a partir de aquel instante le esperaba a ella.
El resoplido del caballo le hizo llevar la vista atrás. El carruaje se alejaba y, mientras lo hacía, Marina lo miraba como si con él se fuera una parte de su vida.
Lejos quedaba su casa de campo allá en la aldea. La sencillez de un hogar que da la pobreza, suficiente para vivir, que no la miseria. Aquella casa, su casa, en lo alto del páramo de la montaña, casi al final del valle del pueblo, con las praderas oscilantes donde las vacas de las gentes del pueblo pastaban libremente desde el amanecer hasta el anochecer.
Cada semana, un vecino se encargaba de llevarlas a los prados. Al anochecer, con la caída de la tarde, lo mismo: las vacas regresaban con el mismo zagal y, como si de un ritual se tratara, fijo el camino, cada una de ellas entraba en las cuadras de sus casas, memorizando cada paso y cada lugar.
—¡Ahí quedan, María!
—Muy bien. ¿Buen día en el monte?
—Tranquilo más bien...
—Hasta mañana, pues...
Sin embargo, aquello era distinto... Contempló el tintineo del carruaje hasta que se alejó de su vista. Volvió a mirar el mar que con su azul grisáceo se confundía a lo lejos con el cielo. El día, algo nuboso, dibujaba el gris que da el final del verano y el inicio del otoño.
La ancha calle, aun con su angosta subida, era recorrida en su bajada y su ida por lujosos carruajes, distante de aquel, que minutos antes la había dejado en lo alto de la calle; entre ellos se colaba algún que otro carro cargado de cajas de pescado.
—¡Fresco del día! ¡Fresco del día! —era el grito del hombre que tiraba del caballo a medida que su paso se acercaba a la verja de cada puerta del aquellas inmensas casas.

Dejó sus pensamientos atrás. Mejor sería buscar el número de la casa donde a partir de ahora empezaría su vida. «Ya habrá tiempo», pensó. Tiempo para aprender a vivir en un nuevo hogar y en un nuevo lugar. Tiempo para pasear aquella calle que llevaba hasta el mar.
Marina agarró su pequeño equipaje con las dos manos, casi abrazándolo a su cintura. No tenían maletas en su casa. Apenas sabían lo que era eso. En alguna ocasión vieron una, fue cuando el médico que llegó al pueblo trajo a su mujer a vivir después de que diera a luz a su hijo. Aunque poco permaneció en el pueblo. Pues cansada de la soledad de aquel lugar y de que su marido se pasara el día fuera de casa recorriendo las aldeas de los alrededores, sin apenas verle desde la mañana a la noche, la mujer del médico pronto convenció a su marido de regresar a la ciudad de donde vino, junto a su hijo. Y el hombre así lo hizo. Regresó, sólo, al cabo de unos días, y sólo permaneció en aquella casona de pueblo con Josefa, un ama ancha de carnes y parca en palabras, que con tener casa limpia y puchero caliente al buen doctor ya le valía.
Pero la soledad hizo mella en él y cuanto más pasaban los días, más recorría las aldeas de los alrededores, olvidando así una soledad que tapaba con el cariño de sus gentes, el vaso de vino junto al fuego en el invierno y el agua fresca bajo el roble en el verano,en cada casa de aquellas gentes, entre visita y visita.
Los lugareños, que bien sabían la pena que acontecía a su médico, distraían esta cuanto podían. El buen hombre se consumía viendo pasar los años sin ver a su hijo.
Dicen que al principio, después de llevar a su mujer, iba a menudo a verlos a la ciudad. Pero que, con el tiempo, las visitas se fueron alejando y un buen día, después de un regreso de un corto viaje, no volvió más. Intentaron saber qué había pasado por el ama que el médico tenía, mas esta bien podría haber sido muda porque no sacaron palabra alguna de ella.
Lo único que vieron es que su médico se dejó una barba desaliñada que cubría un rostro donde unos ojos tristes dejaban ver en el silencio una mirada perdida en, quizás, dolorosos recuerdos.
Rumores corrieron acerca de que la mujer del médico se había casado, aunque no entendieron cómo, con un importante ingeniero ferroviario,venido de una buena familia y que tenía al hijo del médico rodeado de todos los caprichos y lujos, y que al niño, cada vez que iba su padre a verle, su madre le presentaba como un tío lejano.

Comentarios

Entradas populares